jueves, 15 de noviembre de 2012

Día 19. Buenos Aires - Iguazú (Brasil)

Hoy tenemos un día maratón, nos levantamos supertemprano para tomar el avión que nos lleva a Iguazú. Dejamos las maletas grandes en el hotel de Buenos Aires, donde regresaremos el último día antes de volver a España.
Al final del camino de tierra roja llegamos a nuestro hotel que son unas cabañas en medio de la selva.


La selva es tal y como la imaginaba: exuberante, húmeda, calurosa, verde y roja. Nos rociamos de crema solar y repelente de mosquitos extra extra fuerte, nos llenamos la mochila de víveres y nos metemos en un autobús que cruza a Brasil para ver las cataratas desde ese lado. El paisaje nos avisa de que estamos en Brasil...



Llegamos al parque nacional y vemos lo bien organizado que está todo, casi lloramos de la emoción al ver que nos permiten pagar las entradas y todo lo demás con tarjeta de crédito, todo un hito, aunque por otro lado perdemos la oportunidad de tocar los reales, la moneda de aquí. Hay que decir que estamos llegando al final del viaje y la moneda en efectivo que nos queda va escaseando, no es que nos entusiasme usar la tarjeta... pero... aprovecho la ocasión para agenciarme una gorra que cubre mi necesidad y mi olvido de objeto protector de melón, por no decir que es un bonito souvenir de nuestra breve estancia brasileña.

Después de los sablazos en efectivo que nos han ido pegando por toda Argentina nos parece que una excursión/safari para los dos por la selva y las cataratas por 100€ es un auténtico chollo, ¡la tarjeta echa humo!


Durante el safari una simpática guía nos va explicando detalles de la flora y fauna selváticas. Nos explica lo que es el palmito, la pestilente oreja de mono que se usa para hacer jabón natural, etc. Primero lo explica en brasileño y luego en español pero nos gusta más el acentillo brasileiro.

Llegamos al sitio donde hay que tomar una balsita y adentrarnos en las cataratas. Miramos con cara de sospecha a la gente de nuestro alrededor, vemos que todo el mundo lleva bañador o bikini y chancletas menos nosotros. Dejamos nuestras preciadas pertenencias que no resisten el agua en una taquilla y nos preparamos para el simpático paseo.

Un simpático conductor nos adentra en las profundidades de las cataratas, derrapando y dejándonos justo debajo de las cataratas cual ducha, la verdad es que mola la experiencia, muy divertida, por el camino tenemos la oportunidad de ver millones de mariposas de color amarillo que nos dan un espectáculo inolvidable.

Bueno, ya sé por qué la gente va en bikini, qué listos han sido, no como nosotros que vamos con nuestras bermudas y camisetas empapaditos. La barca acelera y gira de tal modo que se puede decir que nos centrifuga y casi casi estamos secos cuando el capullote nos mete otra vez debajo de toda la catarata.
Salimos supermojados, os podéis imaginar: ropa interior incluída, hasta las cejas. Y ahora... chorreando y a caminar códamente por la selva.

El paseo por el parque nos va ofreciendo miradores donde se ven las cataratas cada vez más espectaculares.




En la playita que se ve en la foto de abajo estaremos mañana bañándonos y contemplando este entorno paradisiaco.
 

 Por el camino nos encontramos con coatís hambrientos y dispuestos a saquear al turista.

Tras pelearnos con la masa de turistas, accedemos a la pasarela que nos permite contemplar la garganta del diablo. Ya habíamos conseguido secarnos gracias al calor, pero aquí volvemos a empaparnos por la furia del diablo.

Podéis imaginar cómo llegamos a casa: para el arrastre. Aún así no sé muy bien de dónde sacamos fuerzas para salir a cenar, supongo que las fuerzas nos las da el hambre.

Un taxi nos lleva desde la selva a la feria, que es un sitio de puestos de bares y tiendas de especialidades locales. Al llegar, nos da la sensación de estar en Brasil. Claro, resulta que como estamos en plena frontera, los brasileños vienen a este lado de Argentina para comparar algunos productos que son más baratos: encurtidos, embutidos, chimichurris, aceites... Además, parece que hoy es festivo en Brasil, con lo que está todo animadísimo.
Nos sentamos en un par de sitios a picotear. En el primero nos sentamos por la insistencia del dueño. Nos encantó, con buenas empanadas y una salsa para mojar que te chupabas los dedos, no conseguimos que el dueño nos dijera la receta. En el segundo pedimos picaña y nos atendieron tarde y realmente mal, es lo que tienen estos sitios: son como una ruleta rusa.

Paseamos un poquito por el pueblo, que no tiene encanto ninguno. Por la calle nos para un señor que vende pulseras, ante nuestra automática negativa pefeccionada durante años, nos propone hacernos una florecita de alambre a la que nos es imposible negarnos, así que estamos conversando un ratito con él, Raúl y su encantadora hija, una niña de unos 8 años pero más espabilada que muchos chavales mayores de por aquí. En la conversación se desprende una sabiduría de la calle totalmente autodidacta, conocen la geografía del mundo entero a través de los turistas. Al final acabamos comprando unas pulseritas como recuerdo del agradable momento.

Por último, nos tomamos un helado y pasamos por el supermercado del pueblo para comprar lo que será el picnic de mañana.

Llegamos a casa y no nos lo creemos, hace 24 horas estábamos en Buenos Aires, hoy hemos ido a Brasil, hemos visto las cataratas de Iguazú, la selva, la feria, las pulseras, el supermercado... y mañana más...

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