Nos levantamos sin prisas y probamos a hacer una visita a nuestros
colegas profes de informática. Entramos esta escuela vecina y les contamos que
nos gustaría visitarla pero… la señora que nos abre la puerta parece
desconfiada y dice que no está el rector, así que no conseguimos cruzar la
puerta. Mantenemos un curioso diálogo que puedo resumir así:
1- Podés venir esta tarde.
2- No, esta tarde nos vamos a San Martín.
3- Ah, pues podés venir mañana.
4- No, mañana estamos en San Martín.
5- (Volver a frase 1)
Cuando conseguimos salir del bucle, nos subimos a nuestro nuevo coche, que llamamos Chevi (de “ché” y
“viste”), nos dirigimos a la colonia suiza. La colonia suiza es una aldeíta en medio del bosque a
la que se accede tras dos kilómetros de ripio (tierra) que hacen que el corazón
de Luismi se altere en exceso. La aldeíta tiene una escuela, cabañas, restaurantes y una
zona de puestos de artesanía. Todo tiene un aire hippy, no hay asfalto, todo es
de madera, vamos, el estilo gnomesco (que me acabo de inventar). En la zona de puestos están preparando el curanto, que es una forma
de cocinar que consiste en poner los alimentos sobre una parrilla y cubrirlos
con mantas, hojas y tierra. Por supuesto, no nos resistimos a probar semejante
experimento difícil de piratear en casa.
El curanto no estará hecho hasta las 14h. así que,
mientras tanto nos paseamos y nos tomamos un aperitivo: las empanadas de Susana.
Mi tocaya vive en la aldea y prepara unas empanadas muy ricas a la par que
grasientas. Lo que más me gusta de las empanadas argentinas es que ninguna es
igual que otra. Llevamos probando empanadas desde que llegamos y cada una es
diferente. Incluso las que son de carne en cada sitio les dan su toque.
Me resulta gracioso imaginar qué pensaran los suizos cuando
vengan aquí y vean a todo el mundo hablar español y con una idiosincrasia
argentina, muy diferente a lo que creo que es la forma de ser de los suizos. Es como si fuéramos a una colonia española en Japón y viéramos un montón de japoneses viviendo en barracas hablando en japonés profundo y preparando paella de sushi.
Llega el momento más esperado por la comunidad de turistas
del pueblo: el curanto está listo para servir. Me emociona especialmente que
además de carne haya tubérculos variados y verduritas frescas, no sabéis lo que
estamos echando de menos las frutas y verduras murcianas.
Con la panza llena, nos vamos con Chevi y tomamos la mítica ruta 40
que nos conduce hasta San Martín de los Andes. La ruta nos hace recordar con
emoción la ruta 66, que hicimos hace más de un año.
Notamos que hay como una
especie de neblina y viento muy fuerte, vemos hasta minitornados. La primera
parada la hacemos en un mirador que se llama El Anfiteatro, debido a la forma
natural que tiene el paisaje. Al poner el pie en la tierra, me da la impresión
de estar en la luna, el polvo que se levanta a cada paso es monumental. Pero no
es exactamente polvo, son cenizas del volcán Puyehue (Chile) que entró en erupción en junio de 2011. No saben lo
que hacer con la ceniza, poco a poco la van vertiendo a los lagos, lo que les
da una tonalidad turquesa muy bonita, ya que la ceniza es blanquecina.
El siguiente punto de interés se llama El Valle Encantado,
que es un paisaje especial con formas extrañas que cada uno interpreta como
quiere, es el fenómeno que yo llamo “efecto gotelé”, supongo que todos habéis
reconocido formas en el gotelé, pues eso, aunque me parece que tiene otro
nombre más formal. A ver qué formas reconocéis...
La ruta empieza a hacerse más monótona, caminos rectos que
nos siguen recordando a Estados Unidos, espero que Chevi no nos dé ningún
susto, porque estamos en la nada. Divisamos algunos cóndores que nos acompañan
durante el camino. El calor empieza a hacerse insoportable, ponemos el aire
acondicionado a ratitos.
El paisaje empieza a cambiar, se divisa algo de
civilización, en las orillas de la carretera veo algo a medio camino entre
santuarios y casetas de pájaros. A ver si me documento un poco y averiguo lo
que es.
Por fin llegamos a San Martín de los Andes, no sé si
contarlo porque me da vergüenza, pero, resumiendo, nos equivocamos de hotel y,
tras instalarnos, tuvimos que cambiarnos al nuestro. Es una pequeña hostería
recientemente restaurada.
Tras semejante columpiada, nos vamos a dar una vuelta por el
pueblo, lleno de tiendas pijas y mucha presencia policial. El pueblo es muy
mono, todo es de madera y la zona del puerto nos dan ganas de realizar actividades
acuáticas que no vamos a poder realizar por falta de tiempo. Vemos una escuela
con las reivindicaciones que muchos colegas del gremio compartimos.
Cenamos en un restaurante junto al puerto que nos han
recomendado pero que nos decepciona un poco. Y, de vuelta, a nuestra acogedora
casita, tras un día completito.
Llevo chaleco viteh!!!
ResponderEliminarSalvi
Os faltó tener sexo en la bañadera (pero quitate antes la remera y los boxer)
ResponderEliminar;-)
Salvi
Jajaja
ResponderEliminarLo que tu llamas efecto gotelé es un fenómeno psicológico llamado pareidolia. Alguna vez he oído llamarlo trampantojo, pero eso es otra cosa...
Momento empollón patrocinado por...
Sí, Salvi, jejeje