viernes, 9 de noviembre de 2012

Día 13. Bariloche - Buenos Aires

Madrugón del 15 para ir al aeropuerto. Devolvemos el coche y nos subimos al avión. Cero esperas, cero colas, cero tasas, avión en hora, ensamblado en Brasil, pantallas individuales, donde vemos Cómo conocí a vuestra madre. Creo que ha sido el vuelo perfecto. Llegamos al aeroparque de Buenos Aires: caos, las cintas de equipaje no están bien rotuladas, no hay aseos en la sala. Salimos y casi no te puedes desplazar de la aglomeración de gente, colas para el aseo, colas para coger taxi, ufff, se nota que hemos llegado a la ciudad. Contratamos un remis (taxi prepago) para evitar esperas y no sufrir mirando el taxímetro.



Empieza a llover justo cuando bajamos las maletas del taxi. Entramos a nuestro hotel, en pleno barrio San Telmo. El hotel es muy porteño y tanguero.

 

Con lluvia, buscamos un restaurante que no sea muy cutre. Acabamos en uno de los más tradicionales de la zona: El Federal. La comida nada especial pero la decoración me recuerda a los bares antiguos madrileños.


La lluvia para un poco y curioseamos por el mercado de San Telmo, un mercado cubierto donde lo mismo hay un puesto de fruta, que tiendas de ropa usada, que antigüedades, que síndrome de Diógenes.


Callejeamos por nuestro barrio, que tiene bonitas muestras de arte urbano. Las calles pavimentadas y los carteles fileteados también nos recuerdan levemente a Lisboa. Estamos en un barrio bohemio y obrero, con mucha personalidad, según qué calles también podrías decir que estás por el Raval de Barcelona.



Vamos callejeando hasta llegar a la plaza de mayo, grandiosa, la casa rosada se lleva todo el protagonismo.


Nos disponemos a bordearla y vemos la estatua de Colón y el monumento a las madres de Plaza de Mayo. La lluvia nos pilla así que nos metemos rápidamente en el primer sitio que pillamos, es el museo del bicentenario pero solo quedan 10 minutos para que cierre, así que curioseamos un poco por la historia reciente del país y nos vamos bajo plena lluvia.



 Con la lluvia en los talones y en el cogote y en los brazos y en la piernas... Vamos buscando calles con soportales para esquivarla. No sé muy bien cómo nos tropezamos con un bar sin cartel pero oigo de lejos que está sonando Portishead, así que agarro a Luismi de la mano y nos metemos. El sitio está chulísimo, sofás y mesa de billar, miles de botellas... ¡y estamos en plena happy hour! Pedimos dos Fernet Cola, suena Pearl Jam, fuera llueve con furia ¿se puede estar en un lugar mejor? El camarero lleva una camiseta del Viper Room, una sala de conciertos de Los Angeles en la que pasamos buenos momentos durante el viaje de la Ruta 66. Entablamos una conversación con el chico, es mexicano y estuvo trabajando en el Viper. Nos cuenta que un cliente habitual era el bajista de Red Hot Chilli Peppers y que era muy majo y muy humilde. También nos da la tarjeta del bar y nos explica la historia de un chaval que bebió 4 whiskys del trago, (el último con hielo) y dejó un mensaje en la pizarra del "Será de Dios".



En este momento nos acordamos de nuestro compi de viaje, Jota, que hubiera disfrutado mucho en este bar.



Volvemos al hotel y salimos de noche, en busca de un lugar de tango que no sea para grupos de alemanes octogenarios. Nos recomiendan una sala que está entre San Telmo y el barrio de La Boca, Luismi no está muy convencido, voy tirando un poco de él y esquivando a los cazaturistas de los restaurantes de la plaza Dórrego.

Nos pasamos dos cuadras de la sala, preguntamos y damos media vuelta, vaya moda de no poner cartel en los bares... Abrimos una enorme puerta metálica y camuflada en el paisaje urbano para acceder a la sala. Montones de mesas con velitas, ambiente oscuro y una despampanante rubia cantando tango.

Tomamos asiento y pedimos una picada para los dos. La picada consiste en un plato de embutidos, quesos, olivas y berenjena al escabeche.



A la vez combinamos el placer de comer y el de escuchar música en directo. Empieza la orquesta "Leopoldo Federico", los tangos son bonitos y el público está super entregado, los aplausos alcanzan un nivel decibélico muy alto.


Termina el espectáculo, me quedo con las ganas de ver bailar, pero bueno, es tarde y volvemos al hotel atravesando San Telmo. 

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