sábado, 3 de noviembre de 2012

Día 7. El Calafate. Torres del Paine

Puedo resumir el día de hoy como: autobús, lluvia, lagos, más lluvia y más autobús.
Nos hemos levantado a las 4:30, con el cordero de anoche aún en la boca. Nos hemos metido en un autobús camino al parque nacional chileno Torres del Paine.

El puesto fronterizo chileno es muy estricto con la introducción de comida. Parece como si estos países vecinos desconfiaran los unos de los otros. Tanto, que no permiten que tragamos nuestro propio almuerzo. Tienen que traerlo desde Chile, ya que está incluido en la excursión. ¿Desconfianza o negocio? Supongo que ambas. Sin embargo me gusta que en el puesto argentino haya una mesa de ping pong en la oficina de aduanas. No me quiero imaginar cómo son los chistes de funcionarios por aquí.
Dan ganas de pedirles una partidilla rápida.

 

Tienen que sellarnos el pasaporte 4 veces, una por cada país y una por cada sentido del viaje.

 En Chile nos recibe un guía que es clavado a Shrek. No da muchas explicaciones pero que dice ser especialista en hacer fotos de gente saltando. Le ponemos el modo ráfaga y aún así le cuesta sacarnos saltando, pero tras varios intentos, he aquí la obra:


Por el camino vemos unos bichos que me recuerdan la mirada acero azul de zoolander, se llaman guamules.


El bus va parando en lagos y miradores, solo los valientes salimos a sufrir la agradable mezcla de frío, lluvia y viento. La lluvia, casi es perpendicular, parece como si alguien te apunte con la ducha. En 30 segundos estamos calados, eso sí, conseguimos fotografiar un lago con unas cuantas gotas en la lente de la cámara.



Ni que decir tiene que rechazamos hacer el trekking previsto. Me flagelo por no haberme comprado unos caros pantalones impermeables, me hubieran costado muy caros pero 4 veces menos que la excursión. Luismi me convence de que los pantalones tampoco hubieran salvado el día.

Paramos en un restaurante y pagamos el equivalente a 7 euros por una infusión y una sopa mediocre. A cambio estamos a cubierto y con unas bonitas vistas. En la barandilla exterior se posa un pájaro que mi ignorancia supina en ornitología no me permite ponerle nombre, pero tengo la sensación de que es un pájaro guapo.

 

La lluvia nos da una tregua y nos permite ver un paraje muy bonito, al fondo se ven los cuernos del Paine.



Y ahora a volver a hacia atrás: puestos fronterizos, bus y más bus.

La excursión la ha estropeado el día, si no, estoy segura de que hubiera sido impresionante. Bueno, hay que contar con días así. Esto no nos quita la sonrisa, ni las ganas de seguir explorando estas tierras.


Llegamos al hotel, esperando que haya parrillada, ya que todos los días a eso de las 21h., el cocinero se dedica a gritar puerta por puerta "¡¡¡barbequiu!!!, ¡¡¡asado!!!, ¿dónde te escondes, ratita?" bueno, esto último no lo dice pero creemos que lo piensa. Resulta que hoy sábado es el descanso del chico, así que tenemos que improvisar, hoy cenamos a base de lo que viene siendo pan, pijo y habas (bueno, habas no hay). Lo bueno es que sale barata la cena.

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