martes, 13 de noviembre de 2012

Día 17. Buenos Aires. Recoleta y Palermo

Hoy nos levantamos y tomamos fuerzas en el desayuno con el Ché para visitar los barrios de Recoleta y Palermo. Nuestro hotel, en el barrio de San Telmo está ambientado con aires de tango y personajes argentinos.


Vamos primero a Recoleta, el barrio de Buenos Aires donde están las tiendas de lujo, vamos, el barrio pijo.
Lo más bonito es el cementerio, donde están enterrados personajes importantes de la ciudad. Afligidos y apesadumbrados vagamos cual ánimas entre panteones, nichos y tumbas. Un rastro de japoneses nos guía hacia la tumba de Evita, echamos unas populistas lágrimas y continuamos nuestro camino.

 



Pasamos por Plaza Francia, una modesta plaza arbolada conocida por canciones como la de Calamaro.
Alrededor hay muchos jardines y grandes avenidas difíciles de cruzar, pero al final llegamos a una robótica flor en la Plaza de las Naciones Unidas.




Vamos lampando en búsqueda de un sitio decente para comer. El que encontramos no es que fuera decente, era más bien un bar cutre, oscuro, polvoriento y mugriento pero tenía algo que nos decía: entra y verás qué rico está todo. Y así lo hicimos, haciendo caso a nuestro olfato de sabueso, entramos y degustamos comida casera riquísima, aunque a Luismi no le convenció mucho, recuerdo el tamal que comí que era exquisito. Pulpería Ña Serapia, se llama el sitio que trata de resistirse al paso del tiempo.


Hoy es el día de los jardines, así que, el siguiente que visitamos es el jardín botánico, donde me hincho a hacer fotos, me alucina la variedad de flora diferente que puedo observar aquí. Disfruto de un magnolio en flor y creo entender por qué se llama magnolio, de lo grandes que son las flores. De nuevo, tengo que repetirme a mí misma que estamos en primavera aunque sea noviembre.



Emborrachados del festival de flora que me encanta, pasamos al festival de fauna, que le encanta a Luismi. Vamos al zoo, un zoo muy bien organizado y con muchos bichejos que ver, muchos de ellos andan sueltos y son fotogénicos. Nos quedamos con ganas de ver al panda rojo, que justo hoy lo tenían escondido por no sé qué motivo. Toda la vida fieles al navegador Firefox (panda rojo) para que ahora se esconda de nosotros, nos parece una vil traición. Afortunadamente conocemos a otros muchos animalicos que sólo conocíamos por los dibujos animados.







Seguimos nuestro paseo y, al atardecer, llegamos a Palermo, un barrio con un equilibrio perfecto entre lo chic y lo bohemio, vanguardista y antiguo, tranquilo y animado a la vez. Parece que estemos en otra ciudad. Si volviera a Buenos Aires, me quedaría en este barrio. Los bares compiten por sus nombres y original decoración. Acabamos cenando en uno que, aunque no es muy moderno, tiene una de las mejores carnes de la ciudad, así que probamos la mítica entraña del Don Julio que no nos decepciona.







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